ABC: Mishima, orden y aventura después de la crisis de los cuarenta

La banda catalana apuesta por la claridad lírica y melódica en «Ara i res», su nuevo álbum
DAVID MORÁN - Dmoranb Barcelona


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Como el Serrat que cantaba aquello de fa vint anys que tinc vint anys, Mishima hace ya veinte años que dejaron de tener veinte años, cifras redondas que se enredan de forma luminosa entre las canciones de «Ara i res», disco con el que los catalanes retoman el rumbo marcado por «L’ànsia que cura», su anterior trabajo, y empiezan a ver la crisis de los cuarenta como un pequeño punto que se aleja tras el horizonte.
«Cuando hablas de crisis de los cuarenta parece que ha de ser algo deprimente, y no: es precisamente al salir de la crisis de los cuarenta cuando estás contento de no tener que perseguir según qué zanahorias», explica David Carabén, cantante y compositor de una banda que llega a su octavo trabajo consciente de que el camino pasa, al menos por el momento, por la economía instrumental, la claridad lírica y un concienzudo refuerzo de ese pop que sabe ser al mismo tiempo elegante y contundente.
En este sentido,«Ara i res» es un disco en el que los perfumes de la chanson conviven con el brío de los Housemartins y las erupciones orquestales y con el que la banda parece haber descubierto cuál es su lugar en el mundo. «Ya tengo más o menos una idea del músico que seré, así que tengo dibujado el mapa de mis propios límites», señala Carabén, para quien una de las claves de «Ara i res» está en haber aprendido a convivir con el David Carabén personaje. «No sé porqué, pero me han salido canciones narrativas con un yo más fuerte. Quizá porque ahora acepto el personaje, y hasta ahora aún dudaba», explica un autor que lo mismo le quita hierro al amor romántico en «Una sola manera» y «Menteix la primavera» que rememora las fiestas que daban sus padres en casa a su edad en «Posa’m més gin, David!».
«Si no hubiese aceptado un poco más que soy un personaje, no se me habría ocurrido escribir una canción como esa, con mi nombre en el título –añade–. Venimos de una cosmovisión, la del indie, en la que el artista no es nadie especial; se supone que tiene que ser como su público, pero a medida que vas tocando te das cuenta de que la gente no quiere que seas como ellos: quieren que seas un poco más estrella. Desde el momento en que eres espectáculo, la gente quiere que les des espectáculo».
Así que cambian las letras y crece el yo narrativo de Carabén, pero si algo se mantiene es ese aroma afrancesado que siempre ha acompañado a Mishima desde que se estrenaron hace más de quince años. «Los franceses son quienes mejor han casado la canción de autor de vena literaria y la tradición del rock. Son dos tradiciones que, más allá de Estados Unidos, apenas se han mezclado, y en Francia ha pasado muy bien, con artistas con influencias literarias como los de la chanson y oídos para el indie anglosajón», explica el cantante sobre un envoltorio sonoro bajo el que también desliza inevitables comparaciones entre el tránsito a la edad adulta de la generación de sus padres y la adolescencia casi perpetua de la suya. «Ahora vivimos mucho más en la intemperie, y eso nos permite mantener la ficción de que somos jóvenes hasta mucho más tarde. Lo que te hace sentir adulto es tener una profesión clara y orientada», señala.
Se precariza la vida y lo hace también la música, cada vez más desplazada de esa centralidad de la que podía presumir años atrás. «Hoy en día, un adolescente que ha de construir su identidad no lo hace sólo a través de la música. Es paradójico, porque hoy en día se escucha más música que nunca, pero la música es menos importante que nunca. Pero la tradición de la que nosotros venimos, la que dice que dentro de una canción cabe toda la vida, sigue viva», asegura.