CRÓNICA El contraste de Joan Miquel Oliver y Mishima cautivó en el festival
LUNES, 17 DE AGOSTO DEL 2015
Abstracción y reflexión emotiva, heterodoxia instrumental y clasicismo con base rockera, narrativa con vistas al cosmos frente a un repertorio de turbulentas canciones de amor. Joan Miquel Oliver y Mishima, dos entes despiertos de la escena, mostraron el sábado en Cap Roig la diversidad de caminos que llevan al ideal pop, cada uno a su libre manera, con materiales asimétricos, comunicando con el público a través de vías drásticamente distintas.
Oliver, el que fuera guitarrista de Antònia Font, y compositor de todas sus canciones, renuncia al repertorio de su antiguo grupo, desnuda el formato musical y pasea por los escenarios arropado por solo dos cómplices, teclados y batería. Cantautor pop abierto a toda clase de ocurrencias, desde el alegre saqueo de ritmos de samba y reggaeton a las pistas electrónicas y los arrebatos de guitarra punkie. El padre de Oliver fue músico de hoteles en Mallorca y algo le quedó del uso de ritmos y estilos, incluyendo los latinos, como herramientas para construir canciones liberadas, con pocas pautas. En Cap Roig, la caída de temperaturas, hasta los 16º, no ayudó a la inmersión tropicalista (Oliver lamentó haber tenido que ponerse «un jerseiot»), pero el viaje a Pegasus se consumó igualmente con su sugerentes estaciones en Marès a radial o Ecos d'ambulàncies.
Guitarra indómita
En su mundo, la tragedia se dibuja con lapices de colores, y así Món vegetal habló de «exploradores felices en la selva, un minuto antes de ser devorados por animales salvajes». Ironía, un ingenio que no es muy bien de «eixe món», y hooliganismo guitarrero en el rescate de Lego.
Mishima, en cambio, representó un clasicismo, una sobriedad. Y una idea de banda compacta y madura. Capaz de cantar a las intimidades con maneras poderosas, de fundir ánimo confesional y épica. Sin sarcasmo ni modestia, sin dismular su búsqueda de la emoción y de cierta trascendencia.
Los barceloneses cuentan con un repertorio consolidado, que modularon a través de hábiles secuencias: del arranque autoritario con piezas como La vella ferida o Guspira, estel o carícia, a la incorporación de tres músicos de viento en La teva buidor; luego una cuña más sutil, con un David Carabén que destapa su fondo de crooner (Aquí hi va un do, Els vells hippies, con el violín de Ari) y un potente crecida final a través de La tarda esclata, Llepar-te, Tot torna a començar... «Carabén, president!», gritaron los fans cuando, en los bises, el grupo se despidió con El camí més llarg, cierre de una noche de sustanciosos contrastes.