LETICIA BLANCOBarcelona Actualizado: 07/04/2014 21:02 horas
En enero de este año, David Carabén hizo las maletas y se fue a pasar 17 días con los miembros del que es su grupo desde hace 15 años, Mishima, a Anjou, en Francia. Un cambio de aires para grabar su nuevo disco, L'ànsia que cura (Warner), el primero en muchos años que no produce Paco Loco en el Puerto de Santa María. El encargado de cocinar el último trabajo ha sido Peter Deime, responsable del sofisticado sonido de The Kills y The Last Shadow Puppets. Carabén explica que buscaba «nuevos desafíos» y que el resultado -«más luminoso, brillante y pop» y menos «empastado» que antes- colma sus deseos de sonar más a «como sonamos en directo». «Necesitábamos salir de nuestra zona de confort», resume.
Una zona de confort que se ha solidificado a lo largo de sus tres últimos discos, una suerte de trilogía formada por Set tota la vida(2007), Ordre i aventura (2010) y L'amor feliç (2012) que ha convertido a Mishima -Xavi Caparrós, Marc Lloret, Alfons Serra y Dani Vega- en vértice imprescindible del triángulo del nuevo pop catalán junto a Manel y La iaia. El álbum, que salió hace más de una semana, ya se ha colocado entre los diez más vendidos de España en la lista de ventas online de Apple.
No es que las letras de las canciones de Mishima sean de lo más generacionales (que lo son), es que su base de fans ha ido aumentando sin prisa pero sin pausa hasta el punto de que las portadas de sus discos se han convertido en un tema de conversación (especialmente el enigmático pañuelo manchado de sangre deL'amor feliç, su anterior disco) y Carabén puede vivir exclusivamente de la música desde hace cuatro años. «Es más difícil llegar a final de mes pero mucho más fácil levantarse de la cama», confiesa el músico, mientras explica que siempre había querido escribir una canción sobre el hecho de estar de gira (El corredor) y sobre «los vagos», y que en este disco, por fin, lo ha hecho (el pegadizo estribillo «amor no em facis treballar» de Mai més no deja dudas), confiesa satisfecho. «Me impongo que las canciones vayan sobre mí», añade.
El disco va sobre el paraíso perdido, sobre ese lugar o momento fantástico que a uno la vida le arrebata enseguida y luego tratará siempre de recobrar, sin éxito. Un mundo perdido en forma de amor romántico (El paradís), la nostalgia del primer sexo (Llepar-te), con Lampedusa como capital imaginaria (Mentre floreixen les flors). Las letras de L'ànsia que cura siguen situando a Carabén como un letrista nostálgico, metafísico y leído que, en el transcurso de la conversación, salta de J. G. Ballard a Jaume Vallcorba, de quien leyó De la primavera al paraíso (Acantilado) -un sesudo ensayo sobre trovadores de los siglos XII y XIII y Dante- durante el proceso de composición del disco.
Desde que Carabén es músico profesional, confiesa, se toma el oficio de hacer canciones como algo profesional. «Tengo una relación más académica con ellas, me apasionan como formato», explica, mientras comparte su reflexión sobre lo mucho que ha cambiado la forma de escuchar música en los últimos años y el significado de la propia música en la vida de los oyentes y en la sociedad. «Ha sucedido algo parecido a la historia de la moneda, se ha ido deteriorando. Al principio el dinero eran unos papeles que decían que tenías oro en el banco, ahora es un trozo de plástico que remite a unos números, el de una cuenta. Se ha ido denigrando todo. Pero cada vez hay más difusión», concluye.