Mishima / Grupo musical
«Poder sacar discos es un amor feliz»
Mishima regresa con sus canciones líricas e intensas en «L’amor feliç»
BARCELONA– Estamos en un momento muy adecuado para titular a un disco «L’amor feliç».
– Nos hacía gracia un título tan evidente, hasta ridículo. Dicen que todas nuestras canciones son de amor, pero es el gran tema de la música popular. Ni siquiera es un tema, es un universo completo. Aquí confrontamos el amor regulado, el matrimonio, contra el pasional, loco, aquel que va contra el orden establecido. ¿Si existe el amor feliz? Seguir haciendo discos es un amor feliz, desde luego.
– Sus canciones son muy admiradas por sus letras. La pregunta no es ya si son autobiográficas, sino si ha perdido amistades al verse alguien identificado
– Intentamos trascender la historia personal e ir un poco más allá. Nadie ha dejado de hablarme por una canción, aunque sí que he tenido gente que me ha dicho, «sé que hablabas de mí», cuando no era cierto. Lo bueno de las canciones es que cada uno puede hacérsela suya a su manera, como si describiesen un sentimiento propio. Intentamos capturar los dilemas, las situaciones, los misterios que nos rodean a todos.
–¿Qué aporta este nuevo disco a sus anteriores trabajos?
–Esperamos ser cada vez un poco mejores. La incorporación de una nueva sección rítmica nos ha hecho crecer y profundizar más en el sonido. Ahora somos capaces de intentar cosas más complejas. Nos conocemos mejor como banda y podemos jugar más con las dinámicas y las texturas, algo que sobre todo se nota en el directo. Antes estabas concentrado en que saliese bien. Ahora puedes saltarte al siguiente nivel y conseguir dramatizar el concierto, convertirlo en un auténtico espectáculo.
– Entonces, Mishima, como grupo, ¿ha cambiado de nivel?
– Es una escuela de vida. Es un placer poder manipular entre todos las formas, construir las canciones hasta que tienen verdadero sentido. Sin duda, lo mejor de Mishima es el grupo. Cada vez nos cuesta menos entendernos, sólo hace falta una mirada. Y todos podemos decir lo que sea sin que nadie se sienta herido ni nadie sufra por su ego. Todos hemos descubierto cosas de nosotros mismos gracias a los otros.
–En este ambiente de crisis, el año pasado cerraron 80 conciertos, ¿se sienten unos privilegiados?
– No es tan importante el número de conciertos sino cuánto te pagan por cada uno y en esto hemos avanzado mucho. Aún así, yo (David Carabén, el cantante) sólo hace dos años que me he permitido malvivir de la música y para el resto sigue siendo un trabajo amateur.
–¿Uno se siente definitivamente músico cuando puede vivir de ello?
– (D.C.) Yo todavía no me siento músico. Siempre tienes la duda de lo que haces y qué puede pasar en el futuro. Lo único que te queda es abandonarte a lo que te hace feliz y renuncias definitivamente a una carrera convencional, a horarios normales, relaciones familiares.
– ¿Se sienten los padres de la explosión de la música «indie» en catalán de los últimos años?
–No lo sabemos, lo único que sabemos es que nos arriesgamos y que gracias a Dios salió bien. Si esto, que nos hayamos pasado al catalán con éxito, ha servido para abrir caminos a otros grupos, pues no deja de ser otra pequeña alegría.
–¿Se puede conquistar mercados internacionales cantando en catalán?
– Claro que sí, pero también es necesario fortalecer mucho más el mercado interior, que cuando empezamos era muy pobre. Ha mejorado, pero todavía hay muchos lugares sin salas de conciertos, por ejemplo.
– Nos hacía gracia un título tan evidente, hasta ridículo. Dicen que todas nuestras canciones son de amor, pero es el gran tema de la música popular. Ni siquiera es un tema, es un universo completo. Aquí confrontamos el amor regulado, el matrimonio, contra el pasional, loco, aquel que va contra el orden establecido. ¿Si existe el amor feliz? Seguir haciendo discos es un amor feliz, desde luego.
– Sus canciones son muy admiradas por sus letras. La pregunta no es ya si son autobiográficas, sino si ha perdido amistades al verse alguien identificado
– Intentamos trascender la historia personal e ir un poco más allá. Nadie ha dejado de hablarme por una canción, aunque sí que he tenido gente que me ha dicho, «sé que hablabas de mí», cuando no era cierto. Lo bueno de las canciones es que cada uno puede hacérsela suya a su manera, como si describiesen un sentimiento propio. Intentamos capturar los dilemas, las situaciones, los misterios que nos rodean a todos.
–¿Qué aporta este nuevo disco a sus anteriores trabajos?
–Esperamos ser cada vez un poco mejores. La incorporación de una nueva sección rítmica nos ha hecho crecer y profundizar más en el sonido. Ahora somos capaces de intentar cosas más complejas. Nos conocemos mejor como banda y podemos jugar más con las dinámicas y las texturas, algo que sobre todo se nota en el directo. Antes estabas concentrado en que saliese bien. Ahora puedes saltarte al siguiente nivel y conseguir dramatizar el concierto, convertirlo en un auténtico espectáculo.
– Entonces, Mishima, como grupo, ¿ha cambiado de nivel?
– Es una escuela de vida. Es un placer poder manipular entre todos las formas, construir las canciones hasta que tienen verdadero sentido. Sin duda, lo mejor de Mishima es el grupo. Cada vez nos cuesta menos entendernos, sólo hace falta una mirada. Y todos podemos decir lo que sea sin que nadie se sienta herido ni nadie sufra por su ego. Todos hemos descubierto cosas de nosotros mismos gracias a los otros.
–En este ambiente de crisis, el año pasado cerraron 80 conciertos, ¿se sienten unos privilegiados?
– No es tan importante el número de conciertos sino cuánto te pagan por cada uno y en esto hemos avanzado mucho. Aún así, yo (David Carabén, el cantante) sólo hace dos años que me he permitido malvivir de la música y para el resto sigue siendo un trabajo amateur.
–¿Uno se siente definitivamente músico cuando puede vivir de ello?
– (D.C.) Yo todavía no me siento músico. Siempre tienes la duda de lo que haces y qué puede pasar en el futuro. Lo único que te queda es abandonarte a lo que te hace feliz y renuncias definitivamente a una carrera convencional, a horarios normales, relaciones familiares.
– ¿Se sienten los padres de la explosión de la música «indie» en catalán de los últimos años?
–No lo sabemos, lo único que sabemos es que nos arriesgamos y que gracias a Dios salió bien. Si esto, que nos hayamos pasado al catalán con éxito, ha servido para abrir caminos a otros grupos, pues no deja de ser otra pequeña alegría.
–¿Se puede conquistar mercados internacionales cantando en catalán?
– Claro que sí, pero también es necesario fortalecer mucho más el mercado interior, que cuando empezamos era muy pobre. Ha mejorado, pero todavía hay muchos lugares sin salas de conciertos, por ejemplo.
En primera persona
Una banda nacida en un bar de copas
A mediados de los 90, Barcelona era un gran hervidero de talento oculto. David Caraben, cantante y compositor de Mishima, era uno de esos artistas que estudiaban y trabajaban por las noches en un bar de copas, el «Rouge», cerca del Apolo. Allí conoció poco a poco al resto de miembros de Mishima y empezó su leyenda.