Mishima: buenos comunicadores

M. ELENA VALLÉS Noche cumplida en el Teatre Principal. Satisfacción generalizada. Excelente momento para Mishima, banda genuinamente barcelonesa por intención, estética e imaginario. Sumamente técnicos -eso les quita encanto, como al fútbol del Barça-, están en racha y cuentan con el certificado de triunfo oficial en Cataluña; es decir, haber tocado en el Palau de la Música. Antònia Font ya se confirmaron en 2008 en ese templo que te lo da o te lo quita todo. Con esas credenciales sumadas al hecho de tocar en un teatro demasiado despejado, esperábamos lógicamente que el del viernes fuera un concierto correcto y mesurado, sin la diversión e improvisación que proporcionan las salas pequeñas, normalmente peor preparadas y con mayor calor humano. Y así fue. 

Ésta es quizá la única pega que podría ponérsele al conjunto catalán, que sonaron académicamente bien. Fue un buen concierto, incluido en el festival Alternatilla. No un conciertazo. La complicidad entre grupo y público no alcanzó en ningún momento cotas emocionales extremas, todo muy middle-class entonces. Poca ardentía, costumbrismo bienintencionado y bellísimo por otra parte, sentimentalismo, apunte culto (Els ametllers, de Joan Maragall) y la elegancia de David Carabén, un buen comunicador de sus cosas. Mishima inició el concierto tímido. Los primeros minutos se sucedieron como una mera exposición de canciones. La banda no quiso exprimir el éxito desde el comienzo. Aplausos sin entrega. Los primeros temores por el lastre de pedantería (el nombre del grupo alude directamente a un heterodoxo escritor japonés fascinado por el sadomasoquismo que acabó sus días con un suicidio) que podía arramblar con los temas que hablan de rupturas, heridas o anhelos, desaparecen ante un repertorio que habla de otras cosas más pedestres, esas pequeñeces como pagar facturas o hacer recados que salpican las canciones de Trucar a casa, Recollir les fotos i Pagar la multa. El grupo barcelonés hizo su labor de desgaste antes de llegar a los hits. Los de Carabén fueron sembrando pólvora y les bastó con juntar Un tros de fang, Qui n´ha begut o Tot torna a començar, entre otras, para animar esas primeras melodías eléctricas de siesta que se fueron convirtiendo en crescendos instrumentales en las últimas piezas de la actuación. Sólo un bis. Esperábamos dos. Mishima se lo pasaron bien sin correr demasiados riesgos. El público también. Todos cumplieron. A la salida, merchandising del grupo y pegatina del Govern (25 anys de la Llei de Normalització Lingüística). Todo políticamente correcto.