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EL CONCIERTO CATALÁN
Cambio de tono
El pop catalán vive un momento de hiperactividad y profusión de propuestas
Domingo, 13 de marzo del 2011 - 02:00h.
JORDI BIANCIOTTO
Nos hemos ido acostumbrando a que la música catalana solo acceda a los grandes titulares informativos cuando alguna de sus vacas sagradas rompe el silencio y anuncia un disco o un recital. Pero, últimamente, esa regla está siendo vulnerada una y otra vez. Aunque, prudentes y escamados, sospechamos de quien desentierra palabras como boom o fenómeno, existe consenso en, al menos, un punto: algo está ocurriendo en nuestra escena pop.
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(...)A diferencia de otras generaciones pop, la actual hace honor al signo de los tiempos y se muestra muy fragmentada en tendencias e ismos. Tenemos grupos de rock alternativo en contacto con las estéticas internacionales (Standstill, The New Raemon, Mishima), bandautors que, a veces, heredan trazos de la canción de autor catalana (Sanjosex, Refree, Mazoni), y creadores iluminados en la frontera del pop y el folk (boletaires, como les bautizó hace un tiempo Sisa: El Petit de Cal Eril, Anímic). En paralelo, otras realidades que se mueven extramuros: cantautores más ortodoxos (Roger Mas) la popular escena del mestizaje, que mueve mucho público (Gertrudis, La Troba Kung-Fú, La Pegatina).
(...)David Carabén, cantante y compositor de Mishima, cree que todo ello refleja un grado de madurez cultural del público. «La gente está más expuesta ahora a escuchar cosas de nuestro estilo. Nosotros hemos mejorado, sí, afinamos más la puntería, pero también ha cambiado la gente, se ha acostumbrado a escuchar música más personal», estima Carabén.
Desde la generación anterior, el paisaje actual puede verse con una mezcla de sana envidia y entusiasmo. Al menos, es así como lo expresa Lluís Gavaldà, de Els Pets. «Yo corro el riesgo de convertirme en el típico pesado que está todo el día diciendo lo buenos que son los nuevos grupos. Yo no podría ser más feliz con las nuevas generaciones del pop, porque me gusta la música y siempre he deseado la dignificación de la cultura catalana». Solo añade una amable petición: «Que reivindicar la nueva generación no suponga despreciar a la anterior».
Como el cometa Halley
En el centro del escenario, captando todos los focos, un grupo de veinteañeros: Manel. Son la antítesis de la estrella pop. Cantan historias cercanas y emotivas, lucen un talante de buenos chicos y son desesperadamente lacónicos en las entrevistas. Sisa ve en ellos propiedades que solo se manifiestan muy de vez en cuando. «Me gustan mucho y es un fenómeno al que no encuentro explicación. Solo recuerdo otros dos artistas que, desde el primer disco, dieran un bombazo así. Uno fue Serrat, hace más de 40 años, y otro Sisa, hace más de 20. Es como el cometa Halley, algo así pasa cada dos décadas. Lo que les ocurre es porque son muy buenos. Porque lo normal es lo que a un artista le cueste. Como a Mishima o Antònia Font, que llevan 10 años en esto», razona el autor de Qualsevol nit pot sortir el sol.
Gerard Quintana, cantante de una banda ahora en proceso de reforma, Sopa de Cabra, también piropea a Manel. «Sus canciones parece que las hayan hecho sin querer, tienen la magia de lo simple», considera.Quintana está convencido de que la tendencia de los grupos de otros tiempos a cantar en inglés «les perjudicaba a ellos en primer lugar» ya que ahuyentaba al gran público. Muchos músicos citan a artistas-puente como Adrià Puntí o Quimi Portet, que a finales de los 90 demostraron que otro pop era posible en catalán. Otros aseguran que su elección lingüística fue fruto de un proceso interior. Como Jaume Pla, alias Mazoni. «Fue un cambio íntimo y personal. Cuando elegí el catalán no estaba al tanto de las novedades. Pero me di cuenta de que en inglés no podía expresarme tan bien como quería».
Pla apunta que, durante un tiempo, el catalán tenía «ciertas connotaciones» en el campo pop, «y no por culpa de los grupos, sino por la manera como aquel rock català explotó y luego se deshinchó». Una identificación ideológico-reivindicativa que ahora la mayoría de grupos nuevos quieren sacudirse de encima por todos los medios. David Carabén lo precisa. «No tengo nada en contra de las estelades, en realidad más bien al contrario, pero está bien que cuando vayas a un concierto no tengas que reivindicar un país. Eso demuestra que el país es más sano», argumenta el cantante de Mishima.
Utilizar una lengua propia tiene otros efectos benéficos: por ejemplo, nos evita tragarnos textos en inglés de discutible rango literario. «Cantar en inglés se convirtió en una trampa y en un refugio cómodo. Al cambiar de lengua, algunos se han destapado como grandes letristas, como The New Raemon o Santi Balmes, de Love of Lesbian», considera Lluís Gavaldà, de Els Pets, que ironiza a propósito del catalán. «La generación indie ha descubierto finalmente que cantar en esa lengua no provoca emulsiones cutáneas ni enfermedades venéreas».
En un escenario de bandas nuevas bendecidas por la prensa musical y que captan al público, puede sorprender que llegue ahora Sopa de Cabra y llene un Palau Sant Jordi (9 de septiembre) vendiendo todas las entradas en 24 horas. Para Lluís Gavaldà, este éxito «es un premio para una generación de músicos que fue un poco vilipendiada».
Catalán de Barcelona
Porque la quinta que llenó el Sant Jordi en 1991 operaba «mirando a patrones estéticos de los años 70, casi como si el punk no hubiera existido». Era un rock de comarcas poco atento a las tendencias del momento. Mientras, en Barcelona, prosperaban propuestas más contemporáneas en inglés o castellano. Ahora, las diferencias entre los grupos de la capital y del resto del territorio se han diluido. Y sorprende la potente implantación del catalán en los grupos barceloneses: de Manel a Mishima pasando por Refree, Els Amics de les Arts, Pau Vallvé, Very Pomelo, Els Surfing Sirles, Maria Coma, Erm, Mine!, Inspira, Fred i Son, Sanpedro...
Las dificultades vividas en la profesión musical explican que, en estos momentos, se solapen un par de generaciones: los grupos de veinteañeros que se estrenan en la escena y los treintañeros que viven ahora, con retraso, su momento de reconocimiento. David Carabén, de Mishima, cumplirá, atención, 40 años en octubre, y considera «estupendo» que el grueso de su público si sitúe una década por debajo.
La proliferación de propuestas se expresa en el mapa escénico. No hay más que ver la apuesta del Festival de Guitarra de este año por la escudería completa del nuevo pop catalán. Y ahí sigue un escaparate tan valioso como PopArb, en Arbúcies.
Que no sea una moda
La galería de artistas en alza tiene sus protagonistas colaterales, como el productor Ricky Falkner, que ha firmado discos de Love of Lesbian, Sidonie, The New Raemon, Maria Rodés... Y no vemos solo réplicas locales de tendencias internacionales, sino propuestas solo posibles en Catalunya. Como el folk-pop visionario de Anímic, El Petit de Cal Eril y Oliva Trencada. Un imaginario propio, con raíces en Sisa o Pau Riba, a veces compartido con otros artistas, como Roger Mas o Antònia Font.
El panorama amable puede invitar a la celebración, pero abundan las voces que se decantan por la prudencia. La memoria nos habla de ciertas olas de aparente bonanza que han acabado frenando en seco. Y, pese a las salas llenas de los grupos bandera (parcela en la que se concentra el negocio dado el bajón discográfico), Gerard Quintana recuerda que «hasta ahora en el país no se ha consolidado un circuito de escenarios más allá de las fiestas mayores».
¿Hay miedo a hablar de boom? Jaume Pla, Mazoni, que el 21 de mayo actuará por primera vez en el Palau, dentro, precisamente, del Festival de Guitarra, reconoce que sí. «Estos años han sido de crecimiento suave, sostenido, sin pasos hacia atrás, pero tampoco grandes pasos hacia adelante, y ahora parece que todo se está disparando. Y es más importante que haya un circuito estable y consolidado que dos o tres grupos muy populares», estima. David Carabén, de Mishima, en cambio, reconoce que hablar de fenómeno es «un buen argumento periodístico» y lo considera «saludable».
Se trata de que todo ello no acabe despachado como una moda estacional, que la edición de discos atractivos ante un público sin prejuicios hacia el producto local genere un efecto duradero. Hablamos de músicos que, dada la crisis discográfica, operan a menudo más por placer que por afán profesional. Creadores con aspecto de vecinos de al lado, ajenos a los modales extremos o grandilocuentes del manual del rock'n'roll. Como apunta Sisa, una generación de «buenos chicos».