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REPORTAJE
Noche apoteósica
Mishima mostró en el Apolo los poderes que aúpan al grupo como interlocutor de su generación
No pasa muy a menudo, son conciertos especiales que recuerdan artista y público. Hay mucha gente, la mayor parte de la cual sonríe sin motivo aparente y dirige la palabra a aquellos que en otras circunstancias ignoraría. Eso ocurrió anoche en la sala Apolo, donde Mishima se aupó sobre las cabezas de sus seguidores como banda que les habla mirándoles a los ojos, contándoles aquello que les esperanza y preocupa mediante canciones que ya forman parte de su vida porque sienten que la explica mejor que nada. Fue triunfal.
Y lo fue tanto que cabe preguntarse qué hacía el público de Mishima antes de que ellos les interpelasen. Cuando los 30 no son una esperanza de madurez sino la confirmación de que esta resulta problemática, se abre un nuevo territorio. De eso habla Mishima, de rupturas, heridas, anhelos, realizaciones, fracasos y pequeñeces como pagar facturas, hacer llamadas y ocuparse de recados. Ese fue el guión anoche, explicitado en canciones que descansaron en el repertorio de sus dos últimos discos y que contaron con las complicidades de Paco Loco -productor del último trabajo del grupo- y del Quartet Brossa, brillante apoyo en temas como L'ombra feixuga y L'estrany. Una verdadera celebración generacional.
El alcance de esta comunión fue tal que el propio David Carabén, cantante de Mishima, se sintió conmovido al llenar esa sala en la que otras veces había cantado junto con su grupo para el tapizado y unos cuantos amigos. La emoción pudo a la contención y su forma de interpretar y estar se vio demasiado empujada por la circunstancias, esas mismas que restaron importancia y trascendencia a cualquier falta de precisión y mesura.
Sólo faltó que Manel, grupo con el que Mishima comparte representante, hiciese acto de aparición para que el hervor ya resultase casi incontrolable. Grupos de casa afirmándose en casa mostrando las distintas razones de un mismo éxito.
Tras más de hora y media de celebración, una celebración musical y generacional, un sentirse parte de la misma tripulación, un vivir la vida mirándola desde el mismo ángulo, Mishima acabó su gran noche. Es más que probable que tenga más. No suele ser frecuente que un grupo llegue con tanta nitidez a su público, parte del cual hoy tendrá la voz tamizada por la afonía. Es el pequeño peaje que se paga por haberse sentido protagonista, al menos una noche, de la propia vida, contada por aquel a quien se atribuye potestad para hacerlo.