MondoSonoro: “Toda la cultura pop está en la tensión entre amor y muerte”

Carlos Pérez de Ziriza — 30-06-2022

Fotógrafo — Archivo

Tiene su mérito que tras más de dos décadas Mishima sigan evolucionando sin renunciar a su estilo y facturando algunos de los mejores discos de su carrera El extraordinario "L’aigua clara" (The Rest Is Silence, 2022), su noveno largo, es una buena muestra.

Estamos ante un álbum versátil, inspirado, consecuente con su trayectoria y con la etapa vital en la que se encuentra el quinteto catalán, que llega tras el mayor lapso de silencio que han experimentado (al menos en cuanto a álbumes), cinco años desde su anterior disco. Una ocasión tan buena como otra cualquiera para charlar con David Carabén.Han pasado más años entre este disco y el anterior que entre cualquiera de los anteriores de Mishima, y me da la impresión de que, quizá por eso, este es un disco en el que cada corte es un mundo, como si fuera más una colección de canciones que un concepto.

Creo que no, porque en realidad no estuve componiendo durante todo este interín, fue más bien de un día para otro y de una forma bastante sistemática. Todas las canciones son producto de un momento concreto y de un estado de ánimo. De una sensibilidad desarrollada a partir de unas circunstancias temporales concretas. Sí lo veo unitario a nivel temático, lo que ocurre es que también yo he evolucionado como compositor y me preocupo muchísimo por afrontar las canciones con el espíritu de que sean muy heterogéneas, que hablen de aspectos muy distintos de la experiencia humana, de las personas que puedan ser yo, porque todos nosotros somos muchos a la vez, y contradictorios entre sí. Rítmica y melódicamente, y a nivel de tonalidades, también hago ese esfuerzo, y por eso puedes notar que hay una cierta disparidad, pero estas canciones no son producto de distintos momentos de mi vida, son de una sola temporada.


Nunca habéis sido un grupo de sota, caballo y rey, necesariamente de estribillo/estrofa/estribillo, de hecho alguna vez has dicho que os situáis entre el formato de banda y el de cantautor, pero en este disco me da la sensación de que hay canciones en las que vais un poco más allá, como en la coda final de “Por de mi”, el desarrollo instrumental de “Gener sobri” o el cambio de ritmo de “Cotó”.

A uno le gustaría decir que es producto de su capacidad para experimentar, pero es más bien la necesidad de hacer que sucedan cosas distintas, de meterte en universos diferentes, y el paso siguiente es que, dentro de una misma canción, te tengas que enfrentar a una alteridad otra vez, que tengas que acostumbrarte a, de la forma más elegante posible, hacer que el oyente pase por diferentes atmósferas, porque creo que las experiencias humanas tienen ese componente: somos nosotros quienes nos esforzamos por crear continuidad en experiencias que en realidad son muy fragmentarias y casi disruptivas. Te levantas una buena mañana, quieres ir al curro, recibes una llamada absolutamente trágica y mientras ocurre eso aparece ante ti una escena de lo más cómico. Por ejemplo. Eso es la vida. Tú eres uno, y estableces una continuidad entre todo eso. Al principio de tu carrera quieres hacer canciones que establezcan puntos muy claros e incluso que definan tu modo de vida, tu estilo, tu individualidad, y ponerla ante el mundo, pero creo que poco a poco, según vas cogiendo seguridad componiendo, te vas preocupando más por incluir el mundo en tus canciones, por dar voz a la multiplicidad de cosas que eres tú.


Ese tópico, que es real, de transitar de dentro hacia afuera, de lo individual a lo colectivo, que les ocurre a tantos creadores de canciones según maduran.

Sí, es como un arquetipo que además ha cundido mucho durante esta crisis, pero con el que yo nunca ha estado de acuerdo: creo que si hablas de ti, y lo haces de una forma honesta y sincera, al final estás hablando de todo el mundo. Es precisamente cuando hablas de los otros sin ser los otros cuando hay que ser muy bueno y muy sensible para que no chirríe. Hay quien lo hace, y lo hace muy bien. Pero yo creo que para la canción popular hay que ser generoso desnudándose y afrontar los propios sentimientos, anhelos y pasiones de una forma franca, y es ahí donde vas a encontrar al otro. Uno no es uno, sino que somos muchos.


"Incluso cuando hemos sido felices en el amor, tanto si fue efímero como si se fue consolidando en el tiempo, no sabes exactamente en qué consiste"

Es aquello de que lo personal es político, ¿no?

Evidentemente. Cualquier decisión lo es. Cualquier canción es una colección muy vasta de decisiones. Y cada una es una decisión moral, estética y, funcionalmente, política. Y eso es lo que te expone. Cuando te preguntan si una canción es autobiográfica, pues claro que lo es, aunque hables de leones y no hayas visto uno en tu vida. Porque está llena de tus decisiones, de tus valores, de tus apuestas, de tu sentido de la moral… es absurdo decir que una canción es militante y quiere intervenir en la realidad política cuando habla de política y en cambio no lo es cuando habla de amor. Eso es una tontería. Cualquier canción, incluso la más frívola u onomatopéyica, es política.


Vuestros títulos suelen barajar ideas contradictorias: "Ordre i aventura" (2010), "L’ànsia que cura" (2014), "Ara i res" (2017). Este, sin embargo, es todo lo contrario, "L’aigua clara" (2022). Porque se supone que el agua es naturalmente clara.

Le sucede un poco como a "L'amor feliç" (2012), que de tan luminoso y amable parece casi auto paródico. Eso parte de la primera canción del disco, “El gran lladre”, que va sobre un yo que no sabe lo que es el amor, y lo aprende a reconocer a lo largo de la vida, y que creo que somos todos nosotros: la canción establece un giro en el que al final el gran ladrón es el tiempo, que es quien nos está robando la vida. Hay un momento que dice “una altra cançó d’amor d’un que mai ha sabut traure l’aigua clara”. Alguien que no ha sabido sacar nada en limpio del amor. El disco es el agua clara, esa visión límpida de lo que puede ser el amor en la vida. Una obra de arte, una canción, un poema, una pieza a la que le has dedicado mucho amor y tiempo, y que sueltas sin esperar casi nada a cambio. Eso es un acto de amor. Y por eso "L’amor feliç" (2012) tenía ese mismo juego de significados. Cuando me preguntaban si existía el amor feliz, que además era un guiño a aquella canción de Brassens, "Il n'y a pas d'amour hereux”, la que dice que no existe el amor feliz, yo decía que sí que existe: es un disco. ¿Por qué? Porque incluso cuando hemos sido felices en el amor, tanto si fue efímero como si se fue consolidando en el tiempo, no sabes exactamente en qué consiste. Nos gustaría tener la receta mágica para eso y no sabes cuál es. "L’aigua clara" (2022) tiene eso. Estás toda la vida tratando de averiguar en qué consiste esto del amor y nos seguimos considerando inexpertos en eso, aunque seamos cada vez mayores. Fíjate que eso mismo es lo que dice la canción de Stephin Merritt (The Magnetic Fields) que hemos versionado en el disco, “El llibre l’amor”: que siempre eres un novato en esto del amor, aunque sí que puedes saber que al menos tu disco lo ves como un acto de amor, de darte a los demás. Eso es el agua clara.

¿Fue entonces “El gran lladre” la primera canción definida, y de ahí nació la versión de los Magnetic Fields?

No es la primera que compuse, pero creo que sí es una muy buena apertura porque plantea el eje central, que es esta auto definición de alguien que aún no sabe cómo sacar algo en limpio de todo esto. La postura básica, en realidad, de alguien que saca un nuevo disco después de haber sacado ya muchos y haber dicho muchas cosas: uno tiene que encontrar dentro de sí mismo la necesidad de seguir diciéndolas. Y la fe, aunque sea un poco estúpida ya, de que va a encontrar un sentido a las cosas.

Entrando en canciones concretas: ¿Habla “Sé que ets tu” sobre las identidades que no se dejan ver tal cual, las que se ocultan tras las redes sociales y las aplicaciones?

Totalmente. Al principio de la entrevista hablábamos de la unicidad en lo dispar, y esta canción lo trata de forma muy directa. Las nuevas tecnologías y las redes sociales, así como la evolución política de Europa, todo es un juego de identidades cada vez más líquidas, con el propósito de sobrevivir. Es una temática que siempre me ha interesado mucho. El éxito que tienen hoy en día el budismo, el yoga y la meditación tienen mucho que ver con eso, con el hecho de que no somos yoes cuya paz espiritual vaya a llegar precisamente por difuminar los contornos de nuestra identidad individual. Las redes sociales nos permiten disfrazarnos y que juguemos a ser otras personas, con tal de tener un diálogo con el mundo que nos sea placentero o fructífero. Hacer una canción de amor hacia una identidad que no sabes exactamente qué es, y que te va seduciendo, es también una canción de fe, en realidad. De que hay alguien al otro lado, y entablar una conversación con ese alguien tiene sentido. La canción juega con la indefinición del tú y del yo.


"Las únicas cosas que son verdad, porque el resto es todo mentira, son el amor y la muerte. Los dos extremos de la experiencia humana"

Por cierto, que tanto en esta canción como en “Un lloc que no recordi”, suena un sintetizador muy ochentero, que me ha recordado a los clásicos Fairlight de la época.

Nos compramos nuevos instrumentos para este disco, que nos financiamos con un bolo, y los hemos ido introduciendo poco a poco. Este sintetizador es el Prophet, en realidad. Marc (Lloret) lo adquirió hace un año, más o menos, y para algunas canciones nos iba muy bien.

Una canción, “Un lloc que no recordi”, que habla sobre la ilusión de las primeras veces en la vida, ¿no?

Te diría que es más producto del confinamiento, o del hecho de hacernos viejos (risas). Esa sensación de que ya lo has visto todo, y de que esa parcela de tu felicidad que consiste en descubrir cosas nuevas, viajar, ir a conciertos de grupos que no conoces o simplemente encontrarte con alguien por la calle, era una faceta que estaba totalmente castrada durante el confinamiento. Y la sed por volver a vivir eso produjo esta canción. Son las ganas de ir a un sitio que no recuerdes. Esa sensación que tienes de joven de entrar a un bareto y descubrir que es un puto antro, cuando empiezas a salir por las noches, que es como si fueras de safari. O llegar a un barrio que no habías pisado nunca. Más que una canción sobre las primeras veces, es una canción sobre la necesidad de tener esa sensación de que sigues descubriendo cosas.


“Gener sobri” trata sobre la necesidad de resetear, de romper con los lastres y las adicciones, ¿no?

Sí, el mundo de hoy en día explica muy bien la adicción, y la modernidad es un periodo histórico muy dado al afán de descubrimiento, de exploración. El imperialismo sale de ahí, de la conquista de lo salvaje, de enfrentarte al peligro y a los otros con el espíritu del conquistador, del empresario, del deportista que revienta sus límites y crea nuevos récords. Este afán tiene mucho que ver con la dopamina, y su mala regulación es lo que crea las adicciones. Se dice que por la mañana necesitamos despertar la dopamina y por la tarde la serotonina, y cuando la dopamina se te dispara, no sabes volver nunca a casa, y otra vez tiene que ver con el confinamiento y con el mundo de hoy en día, que nos invita permanentemente a los estallidos, a la parte celebratoria, y luego toda la parte del mañana, que es la resaca, es lo conflictivo. Saber volver a casa es lo problemático. También la hubiera podido llamar “Sober october”, que es como llaman ahora en EE.UU. a la fase posterior a un verano de excesos. O “Ramadán”, que es exactamente lo mismo. Antes y después de los excesos te encierras para volver a saber quién eres tú, y de eso trata la canción.


“God’s Move (Lee Sedol)” trata sobre aquel jugador surcoreano de Go (juego de estrategia), que luchó contra la inteligencia artificial y reconoció que no podía ganar.

Nació tras ver un documental que te recomiendo, que se llama "AlphaGo" (2017), que está en Youtube. Es una maravilla. Cuenta el proyecto de esta gente, que es una sub empresa de Google, que hicieron lo mismo que Kasparov y el Deep Blue con el ajedrez. El Go es el juego de mesa más antiguo de la humanidad, de entre los que se siguen jugando. Y el que más combinaciones tiene, con lo cual es mucho más complejo crear una máquina que sepa jugar. Lee Sedol es como el Roger Federer del Go, un tío muy elegante y sobrio, tímido incluso, que florece y se expresa a través de los movimientos del juego. Este es el cuarto o el quinto miedo al que hago frente en el disco. El de Terminator (risas). El de que las máquinas ya nos tienen calados y a lo mejor ya está todo escrito, y no sabemos si tenemos voz y voto para determinar la realidad.

“Mia Khalifa” tiene nombre de actriz porno: ¿trata sobre la frialdad o la deshumanización del amor o de las relaciones sexuales?

La muerte y el amor son los dos componentes que aparecen cuando empieza el amor romántico, como en la frase aquella de Tristán e Isolda: “si queréis escuchar una canción de amor y muerte, la voy a cantar”, algo así. Es la primera frase de la versión que me leí de pequeño. En la tensión entre el amor y la muerte está toda la cultura pop. Guns N’ Roses no es otra cosa que eso: la muerte y el amor. Está en Romeo y Julieta también. En Otelo. La muerte es el obstáculo que convierte el aprecio de una persona por otra en una cosa tan fuerte como el amor romántico. Más que sobre el amor, la canción trata sobre la mentira, que forma parte indisociable de la experiencia humana. Escogí una actriz porno porque quería irme a un extremo que tuviera que ver con internet y la época actual. La actriz o el actor porno escenifican una mentira, pero quien compone canciones hace exactamente lo mismo, miente o manipula los sentimientos y las emociones. Y tenemos que aprender a tolerar las mentiras para vivir. Y para hacer canciones. Para emocionarnos también tenemos que mentir. Las únicas cosas que son verdad, porque el resto es todo mentira, son el amor y la muerte. Los dos extremos de la experiencia humana.


Para terminar, te quería preguntar si escucháis mucha música nueva. Te lo pregunto porque, aunque la evolución de Mishima es patente entre cada disco, tengo la impresión de que vuestros referentes fundamentales siempre han sido los mismos. Como que progresáis a lo largo, y no a lo ancho. Yo sigo oyendo cosas de The Smiths, The Cure o The Divine Comedy, por ejemplo.

Escuchamos muchísima música actual, pero llega un momento en tu evolución, no solo como artista, sino también como oyente, en el que te parece que algunos cambios o algunas novedades que ocurren en el panorama internacional son más producto de una moda que de un cambio de paradigma. Y puedes dejarte seducir o dejarlos pasar. Nosotros, desde el primer disco, cogimos una especie de tradición y le hemos sido fieles, y le hemos ido buscando posibilidades con el tiempo. Hay gente que busca un tesoro simplemente cavando un solo agujero y yendo lo más profundo que pueda y hay otra que cava veinte agujeros a lo ancho de un terreno: es una metáfora que he utilizado alguna vez, y nosotros somos de los primeros. A riesgo de no estar de moda. A mí siempre me han gustado ese tipo de artistas, como Leonard Cohen, que hizo el mismo tipo de canción toda su vida, aunque a partir de los ochenta metiera algún sintetizador. Hay no solo una cierta fidelidad a uno mismo en eso, sino también una cierta honestidad. Los artistas que se disfrazan de muchas cosas a la vez, que también pueden ser geniales, como Bowie, forman parte de otra tradición.



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