CRÍTICA: MISHIMA - L’AIGUA CLARA 25 abril, 2022
Redacción: Fran González
Más de dos décadas de trayectoria dan para mucho, pero no han sido suficientes para que a este icónico quinteto de la escena catalana se le apague su incandescencia natural. Nueve álbumes después, Mishima siguen alimentando su siempre apreciada presencia y relevancia en nuestro panorama con una colección de once canciones nuevas, las primeras desde que viera la luz su último trabajo, “Ara i Res” (Warner Music, 2017). Cinco años después, el mundo ha dado tantas vueltas de campana como muescas en la culata evidencian ahora las letras de David Carabén en “L’Aigua Clara” (The Rest Is Silence, 2022), un LP destinado a trascender y permanecer impermeable en el tiempo, aunque marcado por la inevitable sombra de la presente realidad que en todo momento parece sobrevolar sus cimientos. La sinergia entre el mencionado vocalista y el resto de piezas que componen la formación (Marc Lloret a los teclados, Dani Vega a la guitarra, Xavi Caparrós al bajo y Alfons Serra a la batería) vuelve a demostrarnos que a pesar de las vicisitudes de la vida y de los años que las abrazan, su entendimiento y su química no menguan con el paso de los mismos, sino todo lo contrario.
Entre los arreglos costumbristas y evocadores de “El Gran Lladre” asoma el melodrama de aquel que quiere amar y no sabe cómo, el testimonio de un amante naíf y perdedor con el que no es difícil empatizar (“una altra cançó d’amor d’algú que mai n’ha sabut treure l’aigua clara”). La inoperancia del mismo trae consigo una serie de consecuencias que oscilan entre el arrepentimiento y la introspección, las cuales son recogidas, de nuevo entre deliciosos y melancólicos instrumentales, en “Por de Mi”. Algo de brillo (aunque sea el que emana a través de una pantalla de cristal líquido) se abre paso en “Sé Que Ets Tu”, probablemente la canción más del presente e hija de su tiempo que Mishima ha concebido nunca, pues entre sus engañosas notas de luz en las que evoluciona un enamoramiento sintético también se deducen críticas directas a las mediatizadas relaciones interpersonales que desarrollamos hoy día (ahora más que nunca, durante y tras la pandemia), con nuestra correspondiente idea de proyectar de nosotros solo lo que nos interesa y encontrar solo lo que idealizamos. Pero ya sabemos cómo se las gasta esta banda, que hasta a la insatisfacción más lánguida o la nostalgia más pesada logra ponerle esos tintes mediterráneos y animados tan característicos que tornan cualquier historia gris en un atardecer veraniego de solecito bajo y cerveza en mano (“Un Lloc Que No Recordi”).
El quinteto catalán decide reconvertir el último tramo del disco en un cajón de sorpresas, a cada cual mejor y más inesperada. Desde una reflexión sobre la valía de la figura del artista desencantado y su habilidad para hacer uso de sentimientos casi artificiales a placer de las exigencias del respetable bajo la voz y la historia de la famosa ex-actriz porno Mia Khalifa, hasta una casual y juguetona “Cotó”, que cumple su papel de restarle hierro a la intensa lírica que el álbum ha ido acumulando a lo largo de sus cortes previos. Mucho más sentida es esa mirada personal que le dedican a la obra de dos terceros. Por un lado, a la clásica “The Book of Love” de Stephin Merritt, reconvertida en “El Llibre de L’Amor” y por otro, a la versión musicalizada del poema “Ens Crèiem Únics” de Joan Vinyoli: ambas dos llevadas a su terreno con esmero y acierto.
Una desenfadada “Vapor” cierra este álbum, grabado en el estudio de Black Box (en Francia) de la mano del productor Peter Deimel, entre acordes e instrumentales con sabor a adiós, disipando también cualquier idea preconcebida sobre el amor. Pasan los años y Mishima continúan siendo los perfectos escribas de lo que este incomprensible e ilógico sentimiento dicta, y aunque cueste lidiar con él, hay que ver qué bien siguen sonando sus caprichos en el ir y venir de la narrativa de este grupo.