Mishima a Heliogàbal (El País)

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Talento eléctrico en una lata de sardinas

Mishima explota su característica garra en directo para iluminar el pequeño Heliogábal

 Barcelona 27 DIC 2011 - 15:34 CET
Cinco músicos, tres metros cuadrados de escenario y un abarrotadoHeliogábal, local barcelonés tan emblemático como estrecho para atender la tanda de tres conciertos que ofreció Mishima entre los pasados miércoles y viernes en el mismo bar que vio nacer al grupo. “Para conciertos como los de esta noche os tendréis que emborrachar”, dijo para arrancar el concierto del pasado jueves David Carabén, cantante y guitarrista de la banda, sin atreverse a tambalearse demasiado para no golpear al batería o al pianista –Marc Lloret y Alfons Serra-, enrocados detrás de él en una esquina. Pero el público, aún sobrio, se desenlató rápido porque Mishima empezó a descuadrar y reinterpretar los temas con la particular garra que siempre exhiben en directo. El Heliógabal, reducido y angosto, rugió como un Palau Sant Jordi cualquiera.


El concierto empezó con dudas para los asistentes: aquellos que aparecen entre los camareros desde detrás de la barra del local, saludando a habituales y conocidos, ¿son los mismos que tronaban en macroescenarios ante miles de personas en los principales festivales españoles este verano? La cercanía del Heliogábal impacta pero Mishima demostró estar muy curtido en las distancias cortas. Sentado en la misma silla del bar, el guitarrista –Dani Vega- aprendió con rapidez a levantarse en los temas más eléctricos sin atizarle en la cara al cantante, enfrascado a su vez en sus malabares para no zurrar al público ni a ningún otro miembro de la banda.
La postura que tomaba el guitarrista era la señal que encendía la noche: el talento de Mishima se multiplica en los conciertos. El grupo se divierte mejorando sus propios temas y en el Heliogábal esa reinvención le golpea a muy pocos centímetros del rostro del público. Cada vez que el guitarrista se levantaba de la silla, la audiencia se recostaba para atrás aguardando el chaparrón musical. Tras una primera parte que luego supo a calentamiento, Mishima se soltó las riendas definitivamente en la segunda. La banda regaló algún tema de su próximo disco pero se entregó a interpretar las canciones más exitosos y se gustó recreándolas entre los coros del público, integrado como uno más de la banda.
La gente se lanzó a charlar entre canción y canción con los músicos, a contestar y repreguntar como si asistiera al concierto del vecino en su propia casa. El cantante levantaba la cerveza antes de cada trago y la gente brindaba con él hasta que otra descarga musical hacía peligrar todas las copas. La audiencia logró arrancar un bis pero se quedó con ganas de más. Mishima cerró la noche guardándose varios de los temas más populares en la cartera y con ello quizá evitó que el Heliogábal se viniera abajo.
Después de casi noventa minutos de vendaval Mishima dejó los instrumentos y dio un pasito adelante para tomarse unas copas con el público, charlar, salir a fumar cigarrillos y regresar con la gente que, ya mayoritariamente ebria y especialmente insistente, pudo recrearse con los miembros de la banda. Como en casa del vecino.