Viva Mishima
JORDI LLAVINA - 28/12/2005
Sólo cuando la mano azarosa, en lo más profundo de un armario de cocina, da con un bote
de piña en almíbar que caducó hace ya ocho años, repara uno en lo inútil de los lotes de
Navidad. Digo esos lotes que priman la cantidad ante la calidad, surtidos de baraturas
alimenticias que nunca van a entrar en nuestro organismo: barquillos nada crujientes, cava
al que habría que hacer un boicot inapelable antes de que te perfore el estómago, patés que
culminan su feliz parecido (sabor rancio, textura gomosa, pardo color) con la vieja plastilina.
Desde hace más de una década, ofrezco el contenido de algunos de esos lotes a fiestas
populares en las que lo que se ingiere viene a ser lo de menos (sólo me reservo algún tinto
matarratas para los guisos). Mientras sea dulzón o burbujeante, todo vale.
Por otro lado, el cuento de la Navidad prescribe que hagamos algunos regalos a nuestros
seres más queridos.
Y en eso yo no me salgo del guión. Decidí, años atrás, regalar a mis seres queridos poco
pero selecto. Un libro y un disco. Este año, va a ser un gran libro y un disco excelente. Ya he
comprado cinco de cada. Son éstos.
El libro: El gimnasio de God, del holandés Leon de Winter. Magnífica novela, cuya prosa más
bien funcional no te deja un momento de respiro. La muerte accidental de su única hija
provoca que el protagonista, por ver de distraer el dolor, siga la pista a un presunto
terrorista. El libro tiene suspense, momentos de gran lucidez, sobrada técnica. El inmenso
negro (perdón, afroamericano) que conducía la moto en la que iba como paquete la hija del
protagonista se ofrece a éste para lo que sea: su vida - dice- le pertenece. No se la pierdan.
La publica Salamandra, que es uno de los mejores sellos de literatura independiente.
Hablando de independientes. El disco es Trucar a casa, recollir les fotos, pagar la multa, del
grupo barcelonés Mishima. El 2005 ha sido año de grandes revelaciones-consolidaciones en
el orbe de la música indie: la del talentoso pavo real de Rufus Wainwright, la del prerrafaelita
Anthony con sus Johnsons, la de la rutilante artesanía pop-folk de Iron& Wine, la del
entrañable Devendra Banhart, la de las sophisticated ladies de Coco Rosie. Yo seguiré
profesando mi veneración por formaciones como Clem Snide, Mojave 3, Yo La Tengo, Edison
Woods o Lambchop, al igual que por songwriters como Ron Sexsmith, Sufjan Stevens o
Damien Jurado. Pues bien, éste ha sido el año de un disco prodigioso de Mishima, su tercer
título.
Doce canciones: once en nuestra lengua y una, la más poppy de todas, en inglés. Todas
buenas y alguna - como Miquel a l´accés 14 o Cert, clar i breu-, sencillamente memorables.
Las letras de David Carabén sintonizan con cierta buena literatura (John Cheever, J. D.
Salinger) que practica la sutilidad de no decirlo todo, o de decir las cosas veladamente.
Letras de amor y desamor. Con una llamada, basta: la vida puede cambiar en una sola
noche. Amí me encanta ese personajillo que se ha llevado a nuestra chica, idiota de
antología al que le sudan las manos. Y me gusta todavía más la chica, un poco enajenada,
que olvida hacerse la cama y que cuando sale con las amigas come con las manos. A ambos
se les vio en el canódromo; apostando, claro, por el chucho más perezoso.
Son letras trabajadas, que muestran un sabio equilibrio entre mala leche y la ternura. La
apoyatura musical no le va a la zaga. Ni las voces de Flora Saura y de la gran esperanza
blanca de la música alternativa catalana, Helena Miquel, líder del grupo casi homónimo
Èlena. Para mí, desde los tiempos en que Sisa y Pau Riba eran jóvenes - es decir, hace más
de cuarenta años-, uno de los mejores discos de pop escritos en la lengua de Ferrater y en el
lenguaje musical de The Byrds y Nick Drake.
JORDI LLAVINA - 28/12/2005
Sólo cuando la mano azarosa, en lo más profundo de un armario de cocina, da con un bote
de piña en almíbar que caducó hace ya ocho años, repara uno en lo inútil de los lotes de
Navidad. Digo esos lotes que priman la cantidad ante la calidad, surtidos de baraturas
alimenticias que nunca van a entrar en nuestro organismo: barquillos nada crujientes, cava
al que habría que hacer un boicot inapelable antes de que te perfore el estómago, patés que
culminan su feliz parecido (sabor rancio, textura gomosa, pardo color) con la vieja plastilina.
Desde hace más de una década, ofrezco el contenido de algunos de esos lotes a fiestas
populares en las que lo que se ingiere viene a ser lo de menos (sólo me reservo algún tinto
matarratas para los guisos). Mientras sea dulzón o burbujeante, todo vale.
Por otro lado, el cuento de la Navidad prescribe que hagamos algunos regalos a nuestros
seres más queridos.
Y en eso yo no me salgo del guión. Decidí, años atrás, regalar a mis seres queridos poco
pero selecto. Un libro y un disco. Este año, va a ser un gran libro y un disco excelente. Ya he
comprado cinco de cada. Son éstos.
El libro: El gimnasio de God, del holandés Leon de Winter. Magnífica novela, cuya prosa más
bien funcional no te deja un momento de respiro. La muerte accidental de su única hija
provoca que el protagonista, por ver de distraer el dolor, siga la pista a un presunto
terrorista. El libro tiene suspense, momentos de gran lucidez, sobrada técnica. El inmenso
negro (perdón, afroamericano) que conducía la moto en la que iba como paquete la hija del
protagonista se ofrece a éste para lo que sea: su vida - dice- le pertenece. No se la pierdan.
La publica Salamandra, que es uno de los mejores sellos de literatura independiente.
Hablando de independientes. El disco es Trucar a casa, recollir les fotos, pagar la multa, del
grupo barcelonés Mishima. El 2005 ha sido año de grandes revelaciones-consolidaciones en
el orbe de la música indie: la del talentoso pavo real de Rufus Wainwright, la del prerrafaelita
Anthony con sus Johnsons, la de la rutilante artesanía pop-folk de Iron& Wine, la del
entrañable Devendra Banhart, la de las sophisticated ladies de Coco Rosie. Yo seguiré
profesando mi veneración por formaciones como Clem Snide, Mojave 3, Yo La Tengo, Edison
Woods o Lambchop, al igual que por songwriters como Ron Sexsmith, Sufjan Stevens o
Damien Jurado. Pues bien, éste ha sido el año de un disco prodigioso de Mishima, su tercer
título.
Doce canciones: once en nuestra lengua y una, la más poppy de todas, en inglés. Todas
buenas y alguna - como Miquel a l´accés 14 o Cert, clar i breu-, sencillamente memorables.
Las letras de David Carabén sintonizan con cierta buena literatura (John Cheever, J. D.
Salinger) que practica la sutilidad de no decirlo todo, o de decir las cosas veladamente.
Letras de amor y desamor. Con una llamada, basta: la vida puede cambiar en una sola
noche. Amí me encanta ese personajillo que se ha llevado a nuestra chica, idiota de
antología al que le sudan las manos. Y me gusta todavía más la chica, un poco enajenada,
que olvida hacerse la cama y que cuando sale con las amigas come con las manos. A ambos
se les vio en el canódromo; apostando, claro, por el chucho más perezoso.
Son letras trabajadas, que muestran un sabio equilibrio entre mala leche y la ternura. La
apoyatura musical no le va a la zaga. Ni las voces de Flora Saura y de la gran esperanza
blanca de la música alternativa catalana, Helena Miquel, líder del grupo casi homónimo
Èlena. Para mí, desde los tiempos en que Sisa y Pau Riba eran jóvenes - es decir, hace más
de cuarenta años-, uno de los mejores discos de pop escritos en la lengua de Ferrater y en el
lenguaje musical de The Byrds y Nick Drake.